domingo, 30 de enero de 2011

OVNIs, manipuladores de la conciencia humana

Revista Año Cero. Agosto 2009, por

Aquel primer domingo de septiembre del año 1966, Juan Soler se encontraba con otros jóvenes de su misma edad, disfrutando de una jornada de descanso en un bosque de la localidad barcelonesa de Marganeil. Antes del almuerzo, se alejó del grupo con la intención de llenar su cantimplora en una fuente cercana. Tras unos minutos de caminata, se fijó en que a lo lejos era visible la parte trasera de un aparato metálico, con dos luces rojas en los extremos. "Me acerqué picado por la curiosidad —me cuenta treinta y cinco años después del incidente— y vi, muy sorprendido, que se trataba de un objeto en forma de cilindro metálico, apoyado en la tierra sobre dos patas rectangulares. En la parte superior tenía una especie de carlingas levantadas«. Juan se aproximó a menos de un metro del ingenio, de unos seis o siete de longitud, con la intención de examinarlo más de cerca, cuando descubrió que de los árboles surgían dos seres de gran envergadura que avanzaban hacia él con cierta dificultad. Llevaban un casco que les tapaba parte de la cara, dejando al descubierto la barbilla, parte de la frente y los ojos. Vestían exactamente igual, con dos trajes ajustados del mismo color que el aparato y de aspecto acolchado, los cuales cubrían completamente sus cuerpos. «Estaban tan cerca, que si alargo la mano los toco«, me decía el protagonista, ya dominado por la emoción. «Entonces, un paisano que pasaba por allí —continúa—, vio la escena y gritó del susto. Me entró pánico y eché a correr, pero al rato sentí un pinchazo muy fuerte en la espalda. Miré para atrás y, no te lo vas a creer, era el morro de aquella máquina voladora, que estaba a dos palmos de mi cara. Pasó sobre mi cabeza muy lentamente, y me fijé en que los tipos de las carlingas me miraban, mientras el OVNI desaparecía de mi vista«.


Casos similares al anterior se cuentan por miles en los cinco continentes. En apariencia, la conclusión parece simple: naves de otros mundos aterrizan masivamente en nuestro planeta, con la intención de tomar muestras de la flora y fauna y estudiar la sociedad humana. Sin embargo, si profundizamos en cada uno de los episodios, esta teoría
no se sostiene. Por ejemplo, en el que nos ocupa: ¿Es creíble que seres de otros mundos abandonaran su nave a pleno día y tan cerca de un núcleo de población? ¿Por qué centraron su atención e incluso llegaron a acosar al testigo? Parece evidente que pretendían exhibirse, creando una especie de espectáculo por y para los «espectadores«. En este sentido, Jacques Vallée, astrofísico de origen francés afincado en EE UU e incisivo investigador del fenómeno OVNI, descarta la hipótesis extraterrestre como explicación al enigma de los no identificados, precisamente por el elevado número de aterrizajes que han tenido lugar en los últimos veinte años. El ufólogo recopilé un universo de 2.000 incidentes de esta clase, concluyendo que si se tratara de encuentros casuales, existiría un número todavía mayor de aterrizajes que nadie habría presenciado, pues hubiesen ocurrido a altas horas de la madrugada, en zonas despobladas, etc. Según sus cálculos, estas presuntas naves extraterrestres tendrían que haber tomado tierra unos tres millones de veces en las dos últimas décadas. Esto no tiene sentido, pues con la tecnología disponible hoy en día, bastaría con poner en órbita un satélite a 1.600 kilómetros de la Tierra para captar en unas semanas los hechos más importantes de nuestra sociedad, cultura, vegetación...
Por otro lado, cabe preguntarse cuáles son las posibilidades de que los presuntos alienígenas se parezcan tanto a los seres humanos. Pues muy remotas; una entre varios millones. De todos modos, aunque se produjera esta «casualidad evolutiva«, difícilmente podrían respirar nuestro oxígeno. Y, si así fuese, estarían expuestos a virus de todo tipo. Además, tendrían grandes problemas para moverse y, desde luego, los testigos no serían capaces de leer emociones en sus rostros.
En definitiva, no se trata de encuentros casuales, sino perfectamente planeados, en los que los presuntos extraterrestres pretenden transmi
tir algún tipo de «mensaje« al conjunto de la humanidad, influyendo decisivamente en nuestra percepción de la realidad. Y es que las acciones humanas se fundamentan en las creencias, las expectativas o la fantasía, no en el análisis objetivo y racional de los hechos, como muy bien saben publicistas, políticos y «moldeadores« de la opinión pública.


Como afirma Vallée, más allá de preguntarnos sobre la naturaleza material de los OVNIs, debería preocuparnos el impacto que ejercen sobre nuestra cultura. En este sentido, asegura: «Dominar la imaginación humana es formar el destino colectivo de la humanidad (...) Es imposible saber cómo el fenómeno OVNI afectará, a la larga, a nuestra opinión sobre la ciencia, la religión y la exploración del espacio. Pero parece que tiene un efecto real.Y esto afecta igualmente a los que creen y ales que niegan la realidad del fenómeno«. Quizá, los casos de avistamientos de no identificados y encuentros cercanos con sus presuntos tripulantes, representen un modo «básico« de comunicación —a muy largo plazo y con una lógica totalmente diferente a la nuestra— por parte de algún tipo de inteligencia procedente de un universo paralelo o de una civilización extraterrestre que nos supera en miles o millones de años de evolución, y que simplemente utiliza elementos propios de nuestro contexto cultural (aparatos voladores; seres con cabeza, tronco y extremidades: la posibilidad de que exista vida en otros planetas...) para mostrarse ante nosotros e interaccionar o dirigir el destino de la humanidad, con una finalidad que, por el momento, se nos escapa.
Para entender lo anterior, podríamos hacer un sencillo símil. ¿Cómo sería el modo de comunicación que usted, amigo lector, podría establecer con una hormiga? Por supuesto, desde su punto de vista, muy simple. Jamás lograría explicarle en qué consiste una ecuación de segundo grado, pero podría establecer algún tipo de interacción, por ejemplo, soplándole. Desde luego, la hormiga nunca comprenderá qué ha pasado en realidad, sólo será consciente de que una «fuerza« la ha desplazado, pues carece de la capacidad de comprender la lógica con la que usted ha actuado. Desde este punto de vista, cambia por completo nuestra percepción del enigma de los no identificados. Veamos.
A las cuatro de la tarde de un 20 de febrero del año 1997, Heliodoro Núñez se encontraba cuidando el ganado en un prado cercano a su domicilio, en la aldea orensana de Parada Seca, como había hecho durante toda su vida. De repente, los perros empezaron a ladrar furiosamente
hacia su espalda. «Lo primero que vino a la cabeza fue: ¡Lobos! —me contaba días después del suceso, todavía con el susto en el cuerpo, bajo la preocupada mirada de su esposa—, pero al darme la vuelta vi a dos personas enormes, unidas por su brazo derecho, como si fuesen siameses. Medían más de tres metros y encima de sus cabezas había una especie de gorro que los cubría«. Ambos seres cambiaban al unísono de color: rojo, azul, amarillo, verde... Heliodoro echó a correr y no paré hasta llegar a casa, donde se encerró en una habitación y se puso a rezar. Sin embargo, mi informante no era el único testigo del extraño suceso. Juan González, vecino de una aldea cercana, Casteligo, observó, a la misma hora del encuentro de Heliodoro con los humanoides, una luz roja de tonos muy intensos, sobre unos árboles, justo donde se encontraba nuestro protagonista. ¿Acaso podemos catalogar este encuentro de casual? Rotundamente no. Al contrario, parece claro que el espectáculo estaba preparado de antemano, con la intención de crear un "escenario" determinado, no sabemos con qué finalidad.


En otros casos esta intencionalidad es menos evidente, pero en cuanto profundizamos mínimamente en los mismos, enseguida llegamos a conclusiones similares. Para muestra, un botón. El 31 de agosto de 1981, cerca de Prats de Molió, en los Pirineos franceses, Eduardo Pons Prades, conocido periodista y escritor de arraigada ideología izquierdista, ateo confeso y militante desde los años 30 en el sindicato anarquista de la CNT, se topé con un OVNI. Había dejado a su esposa en un balneario y se dirigía hacia su domicilio, en la Ciudad Condal, pero se equivocó de camino y terminó en una vía forestal. Para colmo, se le paró el motor, frente a lo que en principio creyó que era la luminosidad de una casa. Se acercó para pedir ayuda, pero se dio cuenta de que en realidad la luz provenía de un objeto en forma de platillo volante, de unos 75 metros de diámetro y que se apoyaba sobre cuatro patas. En ese momento, escuchó una voz que le dijo: «No temas, acércate, por favor«. Entonces, se abrió una escalerilla por la que Eduardo entró en
el aparato. El interior era de una blancura tal que molestaba a los ojos Cuando se acostumbré a la excesiva luminosidad, observó frente a él a tres seres que le dieron la bienvenida. Vestían con un mono blanco ajustado a sus cuerpos y unas botas de idéntico color. Un casco les cubría parcialmente la cabeza y sus rasgos eran orientales, por lo que podrían pasar perfectamente por seres humanos. Más lejos, advirtió la presencia de otros individuos de iguales características. La nave despegó y, durante varias horas, el atónito testigo pudo charlar de infinidad de temas con estos seres, que, por supuesto, se identificaron como extraterrestres. Curiosamente, el punto de vista de éstos sobre los problemas de nuestro planeta estaba en sintonía con las ideas de Pons Prades. ¿Lo eligieron precisamente por esto o bien una «inteligencia« se adapté al contexto mental y cultural del «elegido«? No deja de ser llamativo que en otros sucesos similares, el mensaje de los presuntos alienígenas fuese contrario al que le transmitieron a Eduardo, pero también cercano al de los humanos con los que entablaron contacto.
En su momento, obtuve el testimonio de José María Kaydeda, un reconocido pintor, escultor y viajero incansable, quien me contó una experiencia que vivió a principios de los 70 en el Amazonas brasileño. «Avanzaba con un guía por medio de la selva —asegura—, a pleno día, cuando vimos una luz muy potente entre el follaje. No era fuego. El guía no quiso saber nada del asunto, pero yo me acerqué. Te lo creas o no, era el típico platillo volante posado sobre tres ‘patas’. Tenía una portezuela abierta que salía de su panza y, a unos diez o quince metros del aparato, había unos tipos con unos trajes ajustados a sus cuerpos. Parece que me vieron, porque rápidamente entraron en la nave y aquello salió hacia arriba como un cohete«. Para mi informante estaba claro que se había tratado de un encuentro casual. «Probablemente estaban tomando muestras de la vegetación y, en cuanto se dieron cuenta de mi presencia, huyeron«, me dijo convencido. Sin embargo, pensemos con un mínimo de sentido común: ¿Es creíble que una nave extraterrestre en misión en nuestro planeta no disponga de la tecnología adecuada para detectar la presencia de personas en sus cercanías?


Un sábado de abril del lejano 1962, el ferrolano Fermín Burgos caminaba por las inmediaciones de un faro situado en la localidad coruñesa de Coyas, pertrechado con los útiles necesarios para pasar una tranquila mañana de pesca. Por el camino se topó con dos personas, las cuales le advirtieron que no continuase porque habían visto algo extraño, pero no le ofrecieron mayores explicaciones. Hizo oídos sordos a
las advertencias y continué su camino. Pero, al rato, observó una «bola negra«, de unos diez metros de diámetro, parada a un lado del camino. Pasó cerca de la misma, dejándola atrás; instante en el que contemplé otro objeto de iguales características que se precipité hacia él, cortándole el paso. Dominado por el pánico, decidió dar la vuelta, pero el objeto que había dejado atrás también permanecía sobre el camino. Desesperado, intentó subir por un terraplén, momento en el que una de las "bolas" se separé lo suficiente para facilitarle el paso. «No me lo pensé dos veces, arrimado contra el desnivel, pasé a unos de centímetros de aquella cosa«, afirma.
Meses después, tuve la oportunidad de entrevistar a nuevos testigos, cuyas experiencias también denotan una clara intención de mostrarse por parte de la «inteligencia« que se encuentre tras el enigma de los no identificados. En la ciudad de A Coruña me cité con el empresario y capitán de la Marina Mercante Javier López Chicheri, quien me conté una vivencia que recordaba a la perfección, a pesar del tiempo transcurrido. Entonces, en el año 1968, tenía 21 años y viajaba como alumno en prácticas en el barco de pasajeros Covadonga, que navegaba por las costas de Terranova, muy cerca de la zona donde se hundió el Titanic. «Estaba de madrugada haciendo guardia en el puente de mando —me cuenta—, cuando distinguí, a lo lejos, una luz muy brillante. No pasaron ni cinco segundos, y ‘eso’ empezó a acercarse hasta mi posición a una velocidad increíble, situándose a unos cinco metros de donde estaba. Instantes después, aquel objeto esférico de unos diez metros de diámetro desapareció instantáneamente».


Dicha frase me la espetó Sebastián Vigo nada más estrecharnos las manos. La tarde deI 23 de junio de 1990 se encontraba arreglando el jardín de su casa, en Beade (Pontevedra), junto a su padre y sus dos hijos, cuando observaron sobre unos pinos un perfecto platillo volante de aspecto metálico, ligeramente ladeado. El OVNI se acercó a unos cincuenta metros de los testigos y les lanzó nueve potentes haces de luz de diferentes colores, para luego alejarse a toda velocidad. Esa misma sensación —la de asistir en directo a una representación con una cuidada puesta en escena— me transmitieron unos jóvenes coruñeses que cierta noche de agosto de 1995, desde O Portiño, un monte situado a las afueras de la ciudad de A Coruña, fueron testigos de la presencia, sobre el mar, de un objeto de grandes dimensiones en forma de cigarro. Unos minutos después, vieron unas bolas de luz que se movían bajo el agua y luego ascendían hacia el no identificado. «Llegó un momento que la emoción pudo con nosotros y empezamos a gritar», me comentaba uno de estos muchachos.
JacquesVallée vincula este modo de actuación del fenómeno OVNI con un sistema de control. Para llegar a tal conclusión se inspiré en los interesantes experimentos desarrollados por el psicólogo B. E Skinner, buena parte de ellos financiados por la Oficina de Investigaciones Navales de FE UU. Skinner demostró que es posible obtener modificaciones profundas y permanentes en el comportamiento de un organismo mediante el refuerzo de algunas acciones. En el caso de un animal, por ejemplo, ofreciéndole comida sólo cuando mueve una palanca. Pero si el entrenamiento se vuelve demasiado monótono, el organismo deja de avanzar en su aprendizaje o retrocede en el mismo. Por esto, el mejor programa de refuerzo debe combinar periodicidad e imprevisíbilidad, con lo que el aprendizaje será más lento, pero continuo y, lo más importante, irreversible.
Precisamente, dichas características son típicas de las oleadas de OVNIs: períodos de intensa actividad seguidos de otros pobres en avistamientos. Vallée escribe: «¿,Esto significa que está tratando de enseñarnos algo? Cada nueva oleada de avistamientos causa un mayor impacto social. Más y más personas se sienten atraídas por el espacio y las nuevas formas del conocimiento. Constantemente aparecen nuevos libros y artículos, los cuales cambian nuestra cultura, ofreciendo una imagen diferente del ser humano».
Para el investigador francés, el fenómeno de los no identificados sigue unas reglas y esquemas muy precisos, aunque probablemente incomprensibles para los seres humanos. Primero, porque actuaría a muy largo plazo, quizá a cientos o miles de años vista y, en segundo lugar, porque proyecta ‘

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