domingo, 30 de enero de 2011

¿HAY ALGUIEN AHÍ?

Revista Descubrir. por Ariel Torres. Setiembre 1991

Hay 7.087 objetos fabricados por el hombre flotando en el espacio. Este inventario incluve diez tornillos, cada uno de 32 milímetros de diámetro descartados durante una misión del Shuttle, un guante térmico que se escapo de la cápsula Gemini 4 en 1965, un destornillador que un descuidado astronauta soviético de la estación Mir dejó caer durante una caminata espacial, y varios mires de satélites, algunos comunicándose activamente con las estaciones terrestres, y otros convertidos en inútiles reliquias del siglo XX que, sin embargo, continuarán orbitando nuestro planeta durante generaciones. Todo este agitado tránsito es constantemente monitorcado por el Centro de Vigilancia Espacial de los Estados Unidos, oculto en el interior del Monte Cheyenne, en Colorado. Fue allí, a 800 metros bajo tierra, en una estrecha habitación conocida como Box Nine, donde una pantalla de computadora detectó durante el invierno de 1986 el objeto orbital 7.088..."
Así comienza el libro Out There (Allí afuera), de Howard Blum, un prestigioso periodista que está revolucionando con su obra todas las ideas, prejuicios y preconceptos admitidos hasta hoy como ciertos en torno del fenómeno OVNI.
En casi cualquier esfera de las actividades humanas se comenta, de vez en vez, que el gobierno de los Estados Unidos tiene información secreta acerca de visitantes extraterrestres", o se dice que "la CIA capturó seres de otros mundos". o que halló una nave destrozada con cadáveres de navegantes de otro inundo en su interior. Howard Blum se hizo alguna vez las mismas preguntas. y escuchó los mismo rumores. Pero, al revés que la mayoría de los hombres, se puso a investigar qué había de cierto en todo esto.
Pasó tres años indagando. leyendo miles de páginas de documentos secretos.
tratando de encontrar un sendero de certeza en medio de una montaña de información que contenía -quizás a partes iguales- tanta mentira como verdad. El resultado es Out There, el primer estudio serio y realista sobre lo que el gobierno norteamericano averiguó y ocultó acerca de los OVNIs. Sugestivamente, el libro de Blum lleva como subtítulo "La búsqueda secreta de extraterrestres por parte del gobierno". En estos días se filma una película producida por Don Simpson y Jerry Bruckheimer (Flashdance, Top Gun), que se estrenará en los Estados Unidos el próximo año.
Es que Out There cuenta, además, una historia. "Esta es una historia real -adara Blum en la primera página de su libro. He verificado cada nombre, cada incidente, cada fecha y cada una de la conversaciones registradas en la presente obra." Esta historia real combina, a lo largo de trescientas páginas, las vicisitudes de la investigación y los secretos e intimidades de la relación del gobierno estadounidense con el fenómeno OVNI.


OVNIS para Navidad

Durante la administración de Ronald Reagan -revela un espía al servicio de la Agencia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos- el gobierno estuvo dispuesto a descubrir "de una vez por todas" si había vida allí afuera o no. Se organizó para ello una comisión de funcionarios militares y de inteligencia y científicos. El UFO Working Group trabajaba (y sigue trabajando mientras usted lee esta nota) en secreto. Por cierto, algo en la actitud de la hostilidad estadounidense contra lo foráneo había cambiado. Si alguna vez la orden había sido destruir todo objeto volador no identificado que pinchara" la red electrónica del Centro de Vigilancia Espacial, ahora la consigna era averiguar si existían extraterrestres o no, confirmarlo científicamente y decidir qué respuesta darle a esos extraterrestres, llegado el caso de que se comunicaran con nosotros. O que -imprevistamente-llegaran a bordo de sus naves espaciales.
Seguramente no pensaba en estas alternativas cósmicas la comandante Sheila Mondran aquella tarde de invierno de 1986, en la víspera de Navidad, cuando descendió a su puesto en el Centro de Vigilancia Espacial. Simplemente, había sido un buen día de compras en Colorado Springs, y ahora iba a ser otro tedioso turno de 6 P.M. a 2 A.M. en el seno del nevado monte Cheyenne. Lejos del mundo, lejos de la realidad, lejos de todo.
En algún momento, mientras repasaba unos informes, sonó el intercomuni-cador y uno de los oficiales del Box Nine le sugirió que fuera a ver algo, algo que había "pinchado" la red de vigilancia y que no era ninguno de los otros 7.087 objetos conocidos en la órbita.
El objeto 7.088 puso en marcha una complejísima rutina de análisis para determinar su naturaleza: amigo, enemigo, nuevo satélite, aerolito, etcétera. El problema estaba en que el objeto 7.088 no respondía a ninguna categoría conocida. Sheila mantuvo la calma. "¿Es un ELINT?", preguntó al oficial de guardia, recordando aquella vez en que los rusos habían puesto en órbita un gigantesco satélite inteligente, alertando al Monte Cheyenne durante días. Pero el oficial contestó que no, no era un ELINT. "¿Un ASAT?", insinuó Sheila, pensando en que podía tratarse de un satélite-antisatélite. El oficial aceptó la posibilidad con muy poco entusiasmo. Y al rato, cuando quedó en claro que nada fabricado por el hombre podía moverse a esas altitudes con tales cambios de dirección y a semejante velocidad, Sheila levantó el tubo del Teléfono Dorado y dijo: "Aquí el Centro de Vigilancia Espacial. Tenemos un Alerta para el CINC-NORAD...".
De inmediato una red mundial de radares, telescopios, cámaras y radioantenas y satélites inteligentes, alertando al monte cielo para encontrar el extraño, casi imposible objeto volador. Simultáneamente, el Comando de Defensa Aeroespacial Norteamericano (NORAD) ordenó que el sistema telescópico computacional sito en Malabar, Florida, colaborara en la búsqueda. El sistema de Malabar es capaz de detectar un objeto del tamaño de una pelota de básquet a 35.600 kilómetros de distancia. Fue una larga víspera de Navidad para Sheila Mondran. Y, aunque el objeto desapareció sin que pudiera volvérselo a ver, dejó una secuela de informes, uno de los cuales llegó a manos del presidente Reagan y al Directorio de Management y Operaciones de la Agencia de Inteligencia de Defensa. El gobierno estadounidense reaccionó creando el UFO Working Group, 17 miembros de inteligencia que trabajarían en secreto hasta que Blum develara su existencia en Out There.


La guerra de los mundos

Pero los OVNIs estaban entre nosotros mucho antes que Ronald Reagan soñara siquiera con ser presidente. Si bien la política respecto de los seres de otros mundos había cambiado en la década del 80 de una franca agresión a una curiosidad ansiosa, la política respecto de los seres de este mundo seguía siendo la misma: confundir, dar pistas falsas, desinformar. Tal es la conclusión a la que llega -necesariamente- Howard Blum. La búsqueda de vida inteligente extraterrestre (SETI) fue siempre una actividad top-secret, hasta que Carl Sagan, la Sociedad Planetaria, el Jet Propulsion Laboratory y Steven Spielberg, por no citar de nuevo a Blum, reconciliaron al hombre de la calle con las lejanas estrellas y sus no menos lejanos habitantes.
Mucho antes que el proyecto SETI se hiciera público, se dieron a conocer el Proyecto Sign (243 encuentros con extraterrestres investigados para probar la existencia de los OVNIs) y el Proyecto Grudge (244 encuentros evaluados, con la conclusión de que los OVNIs eran fruto de una histeria generalizada tal vez por temor a una guerra- o invenciones de individuos que buscaban publicidad). Pero la historia real era otra, tras las bambalinas de acero y roca del NORAD, el monte Cheyenne y las aún más herméticas agencias de inteligencia de los Estados Unidos.
En marzo de 1952 se había formado una comisión oficial para analizar de forma concluyente el fenómeno de los "flying saucers", es decir, los "platos voladores", frase acuñada por un periodista amarillista para mofarse de los que decían haber visto OVNIs. Con esta comisión nació el hoy caduco Proyecto Libro Azul, que examinó más de 13.000 casos en 17 años. En 1969 concluyó públicamente que no había pruebas que indicaran la existencia de vehículos extraterrestres, y que ninguno de los objetos voladores no identificados había representado una amenaza para la seguridad nacional de los Estados Unidos.
El gobierno -y en particular la Fuerza Aérea- demostraban frente a las gentes una calma que en realidad no sentían. Mientras el Proyecto Sign -uno de los dos precedentes del Libro Azul- daba qué hablar a la prensa y al público, la Fuerza Aérea había llevado a cabo su propia investigación. Blum afirma que, según el capitán Edward Rupplet, luego jefe del Proyecto Libro Azul, la conclusión del estudio secreto de la Aeronáutica fue que los OVNIs avistados eran de origen extraterrestre. El documento inquietó tanto a los oficiales de Inteligencia que fue rechazadó -se dijo que por falta de pruebas- y quemado. En su lugar se emitió un informe top-secret que admitía que no seria prudente diminar la posibilidad de que estos objetos fueran de origen extraterrestre", y sugería, además, que estos objetos constituían una amenaza para el país, justificando con ello todos los esfuerzos necesarios para su identificación e intercepción".
La CIA comenzaría en 1953 -cuando el Libro Azul va estaba en marcha a participar de las pesquisas extraplanetarias. La comisión Robertson mantuvo una serie de reuniones a puertas cerradas en el Pentágono. durante 12 horas a lo largo de 3 días. Se investigaron 20 casos, se estudiaron detenidamente 2 filmes secretos y los informes de Inteligencia Militar y. finalmente. la CIA puso énfasis en el peligro que constituían los informes sobre OVNIs para el orden público. Según Blum, la Agencia de Seguridad Nacional también controla. desde 1972. todos los informes sobre encuentros extraterrestres. La CIA. por su parte, siguió entrevistando durante las décadas del 70 y del 80 a personas que habían presenciado apariciones de OVNIs. Oficialmente, la participación de la CIA había concluido con aquella comisión Robertson.
A espaldas de la ciudadanía. sin embargo. las investigaciones continuaban al mismo ritmo que en 1953. Se temía una oleada de pánico semejante a la que Orson Welles había provocado cuando puso en al aire, a través de la radio. su versión de La guerra de los mundos, de H.G. Wells. En razón de esto, los OVNIs tuvieron como muchos otros fenómenos contemporáneos dos historias, una oficial y otra secreta. Para cada historia compartida con el público, había una oculta. Por cada verdad anunciada, había una reprimida", escribe Blum.
Luego del Proyecto Libro Azul, la preocupación del gobierno estadounidense se había intensificado. La Fuerza Aérea estaba dominada por un clima semejante al del terror ante cualquier contacto extraterrestre, al punto de fomentar el diseño de armas y satélites asesinos para destruir las naves de otros planetas tan pronto como se acercaran a la Tierra.
Pero, ¿había motivos para mantener tanto secreto? En la entrevista que mantuvo con la revista DESCUBRIR, Howard Blum consideró que el gobierno norteamericano estaba escondiendo algo que ignoraba, en lugar de ocultar increíbles secretos. La actitud paternalista de usar mentiras piadosas en realidad revela que el gobierno, probablemente, no sabía qué ocurría allí afuera, muy a pesar de todo el dinero invertido en la proteccion del espacio aéreo



La Orden del Delfín

Mientras tanto, los hombres de ciencia comenzaban a explorar la forma de hacer contacto con seres de otros planetas. Ignoraban todo el trasfondo político -militar que se reñía con la verdad a la hora de hablar de los encuentros cercanos con OVNIs, y, por lo tanto, encaraban la búsqueda de otras razas inteligentes con calma y con esperanza. Según cuenta Blum, el profesor Phillip Morrison ideó, en 1959, el proyecto SETI de la NASA mientras escuchaba a Bach en la Universidad de Cornell. "¿Estamos solos en el universo?", pensó de repente. Al tratar de explicarse este súbito interés, recordó un volumen de Astronomía que estaba leyendo y en particular una frase del filósofo Teng Mu: "En un árbol hay muchos frutos, y en un reino, muchas personas". ¡Cúan poco razonable sería suponer que además del cielo y de la tierra que podemos ver no existen otros cielos y otras tierras!" La pregunta que Morrison se hizo a continuación fue: "Pero, si hay otras civilizaciones allá afuera, ¿cómo conectarse con ellas?" Le vino a la memoria, entonces,la conversación que había tenido con Giuseppe Cocconi pocos días antes. Cocconi le había sugerido un uso nuevo para los rayos gamma, una forma de energía recientemente descubierta que Morrison estaba estudiando. Cocconi decía que, como existen muy pocas fuentes naturales de rayos gamma en el espacio, si se observaba una emisión de este tipo en el cielo, podría tratarse de un intento de una civilización extraterrestre por llamar a otra.
Pero no era una idea práctica. Los rayos gamma son difíciles de emitir y difíciles de detectar. No obstante, como suele ocurrir en las tertulias científicas donde las ideas descabelladas o poco prácticas suelen encontrar un rumbo acertado, los siguientes encuentros entre Morrison y Cocconi vieron desvanecerse los rayos gamma como forma de comunicación intergaláctica y vieron nacer las simples, baratas y universalmente conocidas ondas de radio. En setiembre de 1959 ambos científicos firmaron un artículo sobre el tema en la revista "Nature". En esos días, un joven astrónomo llamado Frank Drake estaba construyendo una fórmula matemática que permitía calcular cuántas civilizaciones extraterrestres podía haber en la Vía Láctea. Poco después, Cocconi, Morrison y Drake se reunirían en la Orden del Delfín.
Hacia 1974, el trabajo de los delfines había comenzado a dar frutos. La NASA fundaba un Grupo de Estudios sobre Comunicaciones Interestelares y todo parecía indicar que los OVNIs y los extraterrestres dejarían de ser un secreto de Estado o una manía de fanáticos para transformarse en objeto de estudio para la ciencia.
Pero no fue así. Cuatro años más tarde. el gobierno norteamericano empezó a retirar su apoyo y en 1981 lo cortó definitivamente. Hubo que ingeniárselas para buscar inteligencia extraterrestre con presupuestos casi nulos. El proyecto Cyclops, como iba a llamarse el Complejo de Búsqueda Extraterrestre de la NASA. fue reemplazado por tecnologías baratas. Robert Stephens, por ejemplo, usó latas viejas, cadenas de bicicleta y aparatos de radio y TV en desuso para montar un rudimentario dispositivo de SETI. El Big Ear de la Universidad de Ohio, primer radiotelescopio que dedicó jornada completa a la búsqueda de inteligencia extraterrestre, costó apenas 250.000 dólares, mientras las agencias del gobierno invertían decenas de millones solamente en ocultar información. Buena parte de la desinformación consistió en desacreditar toda aparición de OVNIs. Es científicamente improbable que todas las apariciones sean extraterrestres. Pero también es científicamente improbable que todas sean falsas alarmas.
En 1982 intervino Carl Sagan para conseguir nuevos fondos para el SETI.
Doctor Sagan -lo interpeló irónicamente uno de los senadores en el Congreso, usted pretende casi cien millones de dólares para encontrar inteligencia fuera de la Tierra, mientras nosotros no podemos encontrar inteligencia en todo Washington...
Pero Sagan tenía un argumento indiscutible: según la fórmula de Drake, 5i alguien en otro mundo se pusiera en contacto con nosotros, estaríamos frente a la evidencia de que alguna civilización allá afuera se ha salvado del holocausto nuclear. El mismo senador que había vetado el Proyecto SETI en 1981 se convirtió, entonces, en el promotor de la búsqueda de inteligencia extraterrestre en octubre de 1982.


Pista de aterrizaje para OVNIS

Aparte los proyectos que en Estados Unidos y Argentina llevan adelante una
búsqueda de inteligencia extraplanetaria a jornada completa, el 12 de octubre de
1992 la NASA comenzará una investigación SETI de 10 años y casi 100 millones
de dólares, conmemorando el quinto centenario del descubrimiento de América, otro proyecto quimérico en el que tampoco muchos creyeron de entrada.
El libro de Howard Blum habla también de la relación del hombre común con el fenómeno OVNI. Caso notable es el de Elmwood, un pueblito de 991 personas, en Wisconsin, donde llegó a construirse una pista para que aterrizaran los extra
-terrestres. Pueda esto mover a risa o no, lo de Elmwood es un buen síntoma: la xenofobia parece estar en vías de extinción.
Elmwood había sido escenario de varios encuentros xon OVNIs, de modo que uno de sus habitantes, Tom Weber, decidió construir una pista para orientar a los extraños visitantes. Hubo muchas ideas para el dibujo que se pintaría en la pista entre otras, la de una pareja haciendo el amor, pero finalmente el artista local dibujó a un hombre a punto de darse la mano con un E.T. Tom Weber pensó, asimismo, en realizar sobre el terreno alguna clase de código binario que indujera a los visitantes a aterrizar allí.
Tras varios inviernos de planes y mucha publicidad, el proyecto fue languideciendo y, finalmente, nunca se construyó. A pesar de ello, Elmwood fue sede de los UFO Days (Días de OVNIs), un fin de semana de celebraciones a las que acudieron "hordas de turistas", muchos de ellos ansiosos de comprar remeras con el dibujo de la planeada pista de aterrizaje. Entre los asistentes, convenientemente disfrazados de turistas aficionados a los platos voladores, había dos agentes de la CIA al servicio del UFO Working Group.
Pero el evento ponía de manifiesto un cambio mucho más profundo. En los días en que una tercera guerra mundial era inminente, los Estados Unidos no sólo construían armas nucleares para arrasar a la Unión Soviética, sino que, además, diseñaba satélites para atacar naves extraterrestres, Los habitantes de Elmwood, lejos de aquellas fobias de la guerra fría, invitaron a los OVNIs para que estacionaran en el patio de atrás de sus propias casas. En la entrevista con la revista DESCUBRIR, Howard Blum dijo que "los servicios de inteligencia tienen que encontrar una nueva razón de ser. Los proyectos SETI pueden ofrecer una alternativa para ellos, aunque se llegue a un objetivo loable como la investigación espacial a través de caminos equivocados. Después de todo concluyó Blum aplican la política terrestre a los contactos extraterrestres es casi tan egocéntrico como creer que estamos solos en la inmensidad del universo".


Reflexiones a bordo de una nave espacial

Los OVNIs son, esencialmente, una abstracción de nuestra ignorancia. Una nave extraterrestre no es un OVNI. Tan pronto como un objeto volador es identificado (como satélite, avión enemigo, o nave espacial extraterrestre) deja de ser un OVNI.
"Esos espacios vacios me atormentan", escribió genialmente Pascal en el siglo XVII. Los OVNIs -merced a este terror ancestral al vacio cósmico- han sido explotados para lucrar o para fomentar el odio a los extranjeros. Pero los OVNIs son también una hipótesis científica. Dentro de cinco siglos, por ejemplo, la especie humana, si no se autodestruye, podrá viajar a grandes distancias. Un día cualquiera de cualquier año galáctico, una nave botada en la órbita terrestre llegará a otras estrellas y a otros mundos. Quizás encuentre vida. Quizás encuentre inteligencia. La nave estará hecha de nuevos e insólitos materiales y se servirá de una forma de energía cuya naturaleza hoy ignoramos por completo. No menos ignoraba Colón la naturaleza de un submarino atómico, y, sin embargo, cruzó el océano Atlántico.
El OVNI de la Tierrá viajará a través de agujeros en la trama espacio-temporal o se permitirá el lujo de cruzar umbrales dimensionales. La cuestión es que un día, dentro un tiempo equivalente al que ha pasado desde el descubrimiento de América, los hombres del planeta Tierra serán éxtraterrestres a bordo de un OVNI llegando a otros mundos. Cuando los habitantes de esos otros mundos vean las extrañas maniobras de la nave hablarán de objetos voladores no identificados. Y quizás algún gobierno inspire pesadillas de invasión y proponga aniquilar a nuestros astronautas. No nos gustaría eso.
Quizás alguien les pinte una pista de aterrizaje. Quizá los secuestre una agencia secreta de inteligencia. Quizá regresen a la Tierra sin novedad, luego de vagar por las estrellas sin haber encontrado ninguna civilización.
Las posibilidades de que la Tierra sea visitada por seres de otros planetas son pequeñas. Pero no son nulas. En una historia planetaria de 4.500 millones de años, este momento es tan bueno como cualquier otro para que nos visiten los 0VNIs. En t~rminos galácticos la~Tierra es bastánte Joven. Y la especie humana prácticamente acaba de nacer. El fenómeno OVNI no es, en términos lógicos, una cuestión de fe. No tiene sentido creer o dejar de creer en las naves venidas de otros mundos, de la misma forma que nadie cree o deja de creer en los antibióticos, en la electricidad o en las computadoras, En nuestra mente -tal es la sensación cuando se termina la crónica de Howard Blum- deberíamos hacerle un lugar a los hombres de otro mundo. Tal vez sólo uno de cada cien mil OVNIs sea una nave extraterrestre, tal vez apenas uno de cada millón. Pero mañana nosotros nos subiremos a nuestras nayes espaciales para buscar un mundo mejor o simplemente para investigar. Querriamos, sí, hallar mundos pacíficos.
El miedo a los extraterrestres es, además, improcedente. Si una civilización logra cruzar las inconmensurables distancias cósmicas, sin duda podrá convertirnos en ceniza al toque de un botón. Si alguna vez destruimos una nave espacial extraterrestre, sin duda esa nave venía en son de paz.
De modo que cohstruyamos en nuestra inteligencia un lugar para las trescientas mil millones de estrellas de la galaxia, trescientas mil millones de posibilidades deque exista otro mundo con sus OVNIs, sus agencias secretas, sus esforzados científicos luchando contra la noche del prejuicio y otra nota como ésta, que invita a pensar en las naves extraterrestres como viajeros a quienes deberíamos poder hospedar y de quienes seguramente hemos de aprender cosas nuevas.


LA FORMULA DE DRAKE

Frank D. Drake fue el primer hombre que pensó en calcular matemáticamente el número de planetas habitados en la galaxia. Drake formó parte de la Orden del Delfín, junto con el Dr. Melvin Calvin -premio Nobel de Química-. Barnev Oliver -vicepresidente de Investigaciones de la Hewlett Packard-, Cocconi, Morrison, Otto Struve y los astrónomos Su-Shu Huang y Carl Sagan. Cuando el joven Drake reveló su fórmula, ésta se convirtió en el manifiesto de la Orden. La ecuación, de una sencillez prodigiosa, permite calcular por aproximación cuántas civilizaciones tecnológicamente avanzadas y en condiciones de comunicarse por radioantenas existen en la Vía Láctea, es decir nuestra galaxia, o en cualquier galaxia semejante.
La fórmula es el producto de ciertos factores, cada uno de ellos actuando a la vez como un filtro aritmético. Estos factores son: N(e),el número de estrellas en la Vía Láctea (unas 300.000 millones), F(p), el número de estas estrellas que tienen sisternas planetarios (aproximadamente un tercio), N(a),el número de planetas en cada sistema que resultan ecológicamente adecuados para la vida (dos por cada sistema planetario, por lo menos), f(v) el número de estos planetas ecológicamente aptos en los que la vida se desarrolla realmente (un tercio, para ser conservadores) y f(i), el número de estos planetas en los que además de desarrollarse la vida, evoluciona la inteligencia racional en alguna de sus especies (un tercio). La ecuación, hasta aquí, da como tesultadó álgo asombroso, aunque estadísticamente cierto. Durante la larga existenciade la galaxia se han desarrollado uncéntenar de miles de millones de mundos habitados por seres inteligentes.
Drake toma en cuenta entonces otros dos factores, f(c) y f(s) el número de planetas habitados en los que se desarrolla la radioastronomía y la intención de comunicarse con otros mundos, y el número de estos planetas que logran evitar la autodestrucción. Ambos factores, según Drake, dan que el uno por ciento de esos cien mil millones de mundos habitados estuvieron, están o han de estar en condiciones de comunicarse por medio de radioantenas o de viajar en naves espaciales a grades distancias. Es decir, mil millones. Pero estas mil millones de civilizaciones inteligentes y comunicativas, distribuidas a lo largo de toda la historia de la galaxia, da como resultado que en la actualidad -hoy, ahora- habría entre 10 y 1.000 civilizaciones capaces de comunicarse con nosotros. O de viajar por las estrellas. Si multiplicamos la cifra más modesta (10) por tan sólo un tercio de las cien mil millones de galaxias que existen en el universo conocido, el resultado es trescientos mil millones de mundos habitados y comunicativos en los que alguien puede estar preguntándose, en este preciso instante, por la vida extraterrestre y los OVNIs. Un número igual al de las estrellas en la Vía Láctea, nuestra casa.

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