domingo, 30 de enero de 2011

Incidente Roswell

Revista Conozca Mas nro 83, por Abel Gonzalez

En el ardiente desierto de Nuevo México, en los Estados Unidos, hay un imaginario triángulo donde la geografía se convierte en historia y la historia en misterio. Allí, en la terrible década del '40 -años de guerra y muerte-, se escribió una de las más horrorosas crónicas de la humanidad. En el vértice superior de ese triángulo se levantaba -y existe todavía- una pequeña localidad que alguna vez pudo ser comparada con el infierno. Se llama Los Alamos y ahí se fabricó la bomba atómica que diezmó la ciudad japonesa de Hiroshima el 6 de agosto de 1945. En el lugar donde se forma el ángulo Este, había -en esa época una base de la fuerza aérea norteamericana de la cual despegó el B-29 Enola Gay que arrojó la bomba. Los ajetreados hangares de la escuadrilla 509 se recostaban, por aquél entonces, contra los fondos de un tranquilo pueblito llamado Roswell, que no tardaría en hacerse famoso en todo el mundo. Hacia el Oeste, en el último de los vértices, el desierto se transforma, aún hoy, en una insondable planicie que en los catastros locales figura con el nombre de San Agustín. Dentro del perímetro de esa figura geométrica -donde los días son ardientes y las noches heladas- hay una sucesi6n de parajes solitarios, enigmáticos y de siniestra memoria. Uno de ellos es Trinity, donde se ensayó en 1945 el primer artefacto nuclear hecho por el hombre; otro es un manto de arenas calcinadas, White Sands, donde se probaron los primeros misiles norteamericanos de largo alcance, inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. Finalmente, más allá de unos montes grisáseos, se yergue el caserío rural de Corona, donde la noche del 2 de julio de 1947-en medio de una tormenta eléctrica- se habría estrellado un ovni contra la tierra. El crash de Corona,
como lo llaman los norteamericanos, se iba a convertir, pasando el tiempo, en un complicado, oscuro affaire (el incidente de Roswell) del cual se sospecha más de lo que se sabe. Horas después de ese primer crash, se hallaron los presuntos restos de otra nave desconocida, que supuestamente había caído en la planicie de San Agustín.
Varios testigos dicen haber visto allí a cuatro criaturas no humanas (tres de ellas muertas), que fueron retiradas del sitio por soldados fuertemente armados, pertenecientes a la base militar de Roswell. Ese es el escenario el triángulo enigmático y trágico donde se desarrollaron los acontecimientos que iban a termina1 el mes pasado, con la divulgación de una película donde se muestra la autopsia de uno de esos extraños seres de ojos hundidos, que mostraban un cráneo prominente y que tenían seis dedos en cada mano. Antes de transitar por los recovecos de esta historia -para descifrar, al menos, algunas de sus claves- hay que tener en cuenta un par de cosas. La Palabra ovni (que en realidad es un acrónimo, una sigla que quiere decir Objeto Volador No Identificado) era muy nueva en 1947 y no tenía aún el significado de nave extraterrestre que fue adoptando con los años. Un ovni, en esos momentos de guerra fría, era eso: un objeto que iba por el aire y cuya identidad y procedencia no podían establecerse. Hoy, ovni es siempre sinónimo de extraterrestre. A su vez, la expresión "plato volador" (que ya casi no se usa) nació exactamente el 24 de junio de 1947, en el estado de Washington, unas pocas semanas ante del incidente de Roswell. Ese día, el veterano piloto kenneth Arnold observó, mientras volaba sobre el monte Rainier, unas luces brillantes en el cielo que se acercaron velozmente a su máquina. Tenían la forma de un plato invertido de gran tamaño y parecían propulsadas por una rara energía que no era de este mundo. La detallada descripción que hizo de estas luces, de estos aparatos, dio la vuelta al planeta y alentó la imaginación de muchos. Así, de esta simple manera, empezó todo esto que vamos a contar y que arranca con el crash de Corona.
El 3 de julio de 1947 (corrigiendo nuestra nota del numero anterior; y no el 5 como dicen algunas fuentes), un pastor del lugar, llamado William MacBrazel, salió a recorrer el campo en busca de los posibles daños producidos
por la tormenta eléctrica de la noche anterior. Revisó las cercas y los molinos de viento y encontró que todo estaba en orden.
Cuando ya casi regresaba a la casa, vio detrás de una suave colina una serie de extraños objetos esparcidos sobre una gran extensión de terreno. Como estaba en compañía de un chico vecino -Dee Proctor-, entre los dos recogieron algunos de esos restos y los guardaron en el galpón de las herramientas. El día 6, Brazel fue a Corona para efectuar algunas compras y aprovechó el viaje para contarle al sheriff del condado, George Wilcox, lo que había visto. El alguacil, como Mac le había dicho que quizá se tratara de los restos de un avión accidentado, dio aviso a la fuerza aérea del singular hallazgo.
Después de haber examinado algunos de los objetos que Brazel había llevado en su camioneta, el jefe de seguridad de la base, mayor Jesse Marcel, se dirigió en un jeep a la zona señalada por el pastor en compañía de un oficial de inteligencia de apellido Cavin. Como los caminos estaban casi intransitables (en ese momento aún no habían sido pavimentados), llegaron cuando ya anochecía. Comieron las provisiones que llevaban, encendieron un fuego y se acostaron en sus bolsas de dormir. Antes de salir el sol ya habían llenado la parte trasera del vehículo con una gran cantidad de objetos encontrados por Brazel y que Marce no pudo identificar.
Mientras tanto, en el pueblo ya se había corrido la noticia del curioso hallazgo y comenzaron a tejerse las hipótesis más diversas. Hasta la radio local se hizo eco de los rumores. Cuando Marcel llegó al cuartel, una decena de personas -entre ellos los periodistas del Roswell Daily Record- esperaban en la puerta de entrada. Pero el jeep pasó como una exhalación y se perdió en medio de oficinas y hangares.
Un rato más tarde, el oficial de relaciones públicas Walter Haut -por orden del coronel William Blanchard jefe de la fuerza en Roswell- difundió un comunicado en el cual se decía, textualmente, "que (a Fuerza Aérea había recuperado los restos de un plato volador". La noticia dio la vuelta al mundo y cincuenta años después aún sigue provocando polémicas.
Al día siguiente se realizó una conferencia de prensa donde el mismo Marcel mostró a los cronistas y fotógrafos los ya famosos restos, asegurando que eran partes de un globo meteorológico que se había estrellado cerca del rancho de Brazel. De esa forma, los militares desmentían lo que habían afirmado pocas horas antes. ¿Por qué cambiaron su primera versión? ¿Qué había pasado? Algunos afirman que no ocurrió nada. Que simplemente los materiales desconocidos habían podido ser identificados y que no existía contradicción alguna entre el comunicado que hablaba de un ovni (un plato volador, un objeto no identificado) y lo que se dijo en la conferencia de prensa.

Muchos, en cambio, sostienen otras hipótesis. Los escépticos (aquellos que no creen en la existencia de naves extraterrestres) lo explicaron en aquella época, de la siguiente manera. En esos años, al gobierno norteamericano le interesaba saber si los soviéticos habían desarrollado ya alguna bomba atómica. Con ese fin, el presidente Harry Truman, puso en marcha el proyecto Mogul, que consistía en el lanzamiento de unos globos de nuevo tipo, capaces de remontarse a grandes alturas y que estaban provistos de un sotisticado radar capaz de detectar cualquier explosión nuclear que se produjera en la Unión Soviética. El Pentágono y el FBI (la CIA todavía no había sido fundada) habían clasificado a la operación Mogul como "top secret". Por eso, cuando Mac Brazel encontró los restos de uno de esos globos (y que por ser de diseño y materiales secretos no pudo ser identificado por los militares que ignoraban su existencia) el gobierno puso en marcha una maniobra de silencio y contusión. En 1978, Jess Marcel declaró que aquella noche de 1947 había recibido órdenes precisas de decir, en la conferencia de prensa, que lo que tenían los reporteros delante de sus ojos eran partes de un simple globo meteorológico. De ese modo, lo que había hecho la Casa Blanca era ocultar la circunstancia de que estaba espiando a la Unión Soviética, que había sido su aliada durante la reciente Segunda Guerra Mundial. Algo de razón tenían. Al menos así lo confirmó, con algunas variantes, la fuerza aérea en 1994 (ver recuadro). La explicación satisface a quienes ven en los casos de ovnis (con el término ya referido a su moderno significado) un curioso fenómeno de masas, una indescifrable alucinación colectiva. No es el caso de los ufólogos (ufo, en inglés, es la sigla equivalente a ovni), que han estudiado el incidente de Roswell. El físico Stanton Friedman da otra versión en su libro Crash at Corona. Según afirma él, basándose en numerosos testimonios, esa noche del 2 de julio de 1947 se produjo otro crash además del de Corona. La segunda nave cayó en la planicie de San Agustín y es allí donde se encontraron restos de cuatro extraterrestres, como en seguida veremos.
San Agustín, en realidad, es una meseta formada por el lecho de un enorme lago seco; muy cerca del cual está la Curva de los Murciélagos. Este sitio es muy frecuentado por los arqueólogos, ya que en esa caverna se desenterraron los primeros vestigios, de hace 4.500 años, de la más primitiva agricultura en suelo norteamericano. Conviene recordar este dato cuando se lean los testimonios que siguen.
Casi en el mismo momento en que se llevaba acabo la conferencia de prensa en la base de Roswell, un grupo de personas se desplazaba por San Agustín en busca de ágatas, en especial de una variedad muy apreciada que se llama ágata herrumbrada y que sólo se encuentra en ese sitio. En ese grupo iba el joven Gerald Anderson, su hermano Glenn -mayor que él-, su padre, su tío Ted y su primo Victor. Fue éste quien vio, en una hondonada, un extraño cilindro, de metal plateado, en medio de un amasijo de cables retorcidos y otros objetos imposible de identificar. Friedman recogió, en 1990, el apasionante retrato de Gerald Anderson. Lo que sigue es una sinopsis de lo que vio aquél día. Esa cosa estaba incrustada en el suelo y antes de caer debía haber golpeado contra (os árboles, pues muchos de ellos tenían la copa quebrada. Yo quise acercarme,
pero mi padre me gritó que me detuviera. Durante largos minutos la miramos de lejos y en completo silencio. De pronto mi hermano dijo que era una nave espacial, una nave marciana. En ese momento sentí miedo y me acerqué a mi primo. Alrededor del cilindro la tierra estaba Calcinada y aún se veía un pequeño fuego en uno de los lados más aguzados. Cerca de ahí vimos tres extrañas criaturas que yacían sobre el suelo. Dos estaban completamente inmóviles y la tercera respiraba con dificultad. Apoyado contra el cilindro, sentado en la tierra como si estuviese aturdido, había otro de estos pequeños seres. Estaba vivo, aunque herido en un hombro, y nos miró con terror cuando nos acercamos. Los cuatro eran muy parecidos, medían alrededor de un metro sesenta, tenían ojos hundidos, eran pelados y vestían una suerte de mameluco de una tela que parecía metal. Intentamos hablar con el sobreviviente pero no logramos que nos entendiera. Estábamos en eso cuando vimos que se acercaba un grupo de cinco jóvenes acompañados de una persona mayor.
Después supimos que era el doctor Buskirk, un antropólogo que exploraba la zona en compañía de algunos de sus alumnos de la universidad de Albuquerque. Intentó hablar con el pequeño hombre en varios idiomas, pero lo único que consiguió fue asustarlo aún más. En eso oímos que se acercaba una camioneta que llevaba una antena de radio. Era el ingeniero Barney Barnen, que estaba trabajando en ese lugar por cuenta de una compañía petrolera. En realidad ya no sabíamos qué hacer sobre todo porque el herido que respiraba con dificultad parecía haber muerto. Habría pasado algo más de una hora cuando llegaron dos camiones de la base de Roswell, al mando de un teniente de color. Un sargento nos echó a todos de la zona después de anotar nuestros nombres y dirección y cercaron el sitio con una cinta amarilla que sujetaron a unas estacas de madera. Nunca más volví a saber de esa gente hasta que años después leí un artículo sobre este caso en un periódico de Santa Fe.
Todos los testigos, de una u otra forma, dejaron su propio relato del extraño acontecimiento que les había tocado vivir en San Agustín aquél día de Julio de 1947. Gerald Anderson fue examinado por varios psiquiatras que certificaron que es una persona común y corriente, según dice Friedman. Pero eso no es todo. Glenn Dennis, encargado de los entierros en la base de Roswell, declaró, en 1990, que él había acondicionado los cadáveres de cuatro increíbles hombrecitos, en 1947, que después fueron cargados en un avión que los llevó a la base aérea de Fon Whorth, en Texas, sede de la Octava Brigada. El funebrero Dennis, en 1991, reconstruyó los hechos que le tocó vivir y proporcionó algunos datos muy discutidos. Reconoce que él no estuvo presente en la ya célebre disección de Roswell. Pero dijo que la enfermera que ayudó a los médicos le contó con lujo de detalles todo lo que pasó esa noche.
Recordando aquél relato es que pudo trazar unos dibujos que concuerdan sorprendentemente con las imágenes del film. Es probable, si todo ocurrió como dicen los ufólogos, que uno de esos cadáveres sea el que aparece en el controvertido film que muestra la autopsia de un supuesto extraterrestre. Causa angustia pensar en un ilusorio ejercicio de la imaginación que tal vez se trate de aquella temerosa criatura que Gerald Anderson recuerda haber hallado con vida, en la desolada planicie.

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