domingo, 30 de enero de 2011

El caso Belga

Revista Conozca Mas. Febrero 1992, por Mauricio Latorre y Alejandro Agoatinelli

El doctor Auguste Messen, profesor en la Universidad Católica de Lovaina trabaja poseído por el fervor y el entusiasmo en su laboratorio de Física Atmosférica. Una cámara especialmente diseñada para captar y medir radiaciones infrarrojas es el principal instrumento que usa en este momento, pues está convencido de que los focos luminosos que se encuentran en la panza de los misteriosos triángulos voladores detectados por la Fuerza Aérea belga, están emitiendo ese tipo de rayos. Messen confía en obtener prontos resultados en sus indagaciones. Y mientras tanto, no deja de opinar sobre las hipótesis volcadas desde que la “ola Ovni” se abatió sobre Bélgica desde 1989.
“La hipótesis extraterrestre no es absurda —sostiene—. Los mecanismos físicos y químicos fundamentales son universales y lo sorprendente sería que el hombre fuese un fenómeno único en el universo.” Pero Messen no está solo. Forma parte de un gran conjunto de investigadores científicos, militares y ufólogos belgas que aúnan esfuerzos para desentrañar uno de los mayores interrogantes de la actualidad: ¿qué son esos extraños objetos no identificados que se pasean impunemente por el cielo belga?
Mientras tanto, la guerra de las hipótesis prosigue. Y los argumentos se devoran entre sí como peones en una jugada de ajedrez. Durante las últimas semanas, aún cuando las observaciones han disminuido, los principales protagonistas de la contienda movieron los alfiles. En octubre de 1991, por ejemplo, la Sociedad Belga para el Estudio de los Fenómenos Espaciales (Sobeps) organizó una ruidosa conferencia de prensa para presentar Vague d’OVNI sur la Belgique: un dossier exceptionnel, un libro de 500 páginas que incluye las observaciones mejor documentadas y una conclusión prácticamente unánime suscripta por las ocho primeras figuras de esa asociación: estos Ovnis son aparatos artificiales no identificados, bajo
control inteligente, que exhiben una tecnología desconocida. Entre ellos no faltan quienes arriesgan la apuesta más osada y aseguran que esa tecnología no puede ser terrestre. Los escépticos, por su parte, no desaprovecharon la difusión que tuvo el lanzamiento del libro. Así, la revista francesa Science & Vie renovó sus argumentos para explicar la oleada. Después de machacar durante casi dos años que el candidato más firme era el cazabombardero invisible F117A, decidieron cambiar las reglas del juego. Y pretenden demostrar que los belgas han estado confundiendo con naves extraterrestres ensayos secretos de una nueva generación de aviones furtivos norteamericanos, como el TR-3 Black Mantha. Las características revolucionarias del prototipo —su tecnología superaría varias veces a la del F-117 y cubrirían cada uno de los aspectos más sorprendentes (silencio, lentitud y velocidades hipersónicas) de los casos Ovni que se vienen sucediendo en Bélgica. Sin embargo, los partidarios de las explicaciones terrestres todavía no se atreven a proclamar el jaque mate.


A lo largo de la oleada, el papel de las Fuerzas Armadas fue decisivo. El primer encontronazo con la prensa giró alrededor de varias frases cliché: si se admitía que la madre del “bebé furtivo” era el Pentágono, si los 0vnis descriptos por los testigos tenían un parecido notable con aquellas aeronaves y si, tras la voz de alarma, las observaciones continuaban, ¿qué significaba esa intromisión? ¿Quién la había autorizado? Lugares comunes o no, las elucubraciones de los medios periodísticos no eran descabelladas. Sin embargo, la negativa de los militares a tomar en serio la posibilidad de que el espacio aéreo belga estuviera siendo sistemáticamente ultrajado por una nación aliada era terminante. Pero esas críticas no demoraron en darse vuelta como un guante: cada pregunta sin respuesta se convirtió en un nuevo ladrillo en el muro de silencio. ¿Para qué probar un prototipo experimental en un área densamente poblada, con el riesgo siempre latente de un accidente? Las proezas ilegales de eventuales superaviones de bandera norteamericana, ¿justificarían el shock que semejante noticia ocasionaría a nivel diplomático? ¿Estarían dispuestos los Estados Unidos a pagar un precio tan alto? ¿Y por qué sería Bélgica el país elegido para montar una operación tan delicada?
Frente a este ángulo del debate, el general Wilfried De Brower —número tres de la jerarquía militar belga— abandona toda ambigüedad. Para él, la sola idea de que la oleada tenga puntos de contacto con incursiones no autorizadas del avión furtivo se le antoja inadmisible:
“Tal hipótesis está excluida, y las razones son varias. Primero, estos aviones (por los F-l 17) no pueden detenerse en el aire. Segundo, tampoco pueden desplazarse a una velocidad de 20 km/h, y si pudieran hacerlo es evidente que producirían muchísimo ruido. Tercero, los norteamericanos deberían obtener el permiso del ministro de Defensa para hacer sus experimentos sobre territorio belga, y nunca hubo tal pedido”. Esta última observación —que podría resumirse con la frase “no puede ser, por lo tanto no es”— es quizá el único punto flojo del argumento esgrimido por el general De Browe, jefe del departamento de operaciones en el Estado Mayor de la Fuerza Aérea.
Pero el resto de su alegato en rechazo a la hipótesis furtivo es atendible. Es que De Brower basa sus conclusiones en las soprendentes maniobras realizadas por los objetos no identificados que, durante la noche del 30 al 31 de marzo de 1990, mantuvieron en jaque a dos cazabombarderos F-16 enviados por la Fuerza Aérea
belga en un procedimiento que debía interceptar e identificar a los intrusos. En esa ocasión, el objetivo fue alcanzado a medias: los radares captaron y calcularon los rendimientos de las misteriosas aeronaves. Y, según las evidencias disponibles, en ningún momento lograron identificarlas. “Uno de esos objetos —se asombra el alto jefe de la aeronáutica— se desplazó a una velocidad que para nosotros no es convencional... Primero lo hizo a una marcha muy lenta, después a una velocidad fenomenal en dirección a tierra. Viente segundos de observación fueron suficientes para llegar a la conclusión de que hubo alguna cosa en el aire.” El tono de estas declaraciones —que concedió a Pierre Lagrange de la revista Ovni Présence— explica por qué ha sido el general De Brower uno de los principales promotores de la política de acercamiento con la Sobeps, que en su punto culminante permitió a los civiles consultar, de un modo casi irrestricto, el archivo Ovni de los militares. Gracias a esa actitud, los ufólogos pudieron cotejar sus datos con los de las fuerzas armadas. Más tarde, la Sobeps estuvo en condiciones de difundir un caudal de información que, de otro modo, hubiera permanecido fuera del alcance del público. En fecha reciente, integrantes de esa institución tuvieron acceso a todos los registros de radar de la oleada. Y comprobaron que la Fuerza Aérea sigue consternada, sin poder explicar la naturaleza de los elusivos fenómenos.


Numerosos miembros de la comunidad científica belga decidieron prestar su ayuda a la Sobeps, desbordada por la fiebre platillista. Algunos lo hicieron con un interés legítimo por cooperar en la investigación, otros con cierto espíritu deportivo. El científico también es un ser humano y, en ocasiones, busca en medida que crea posibre confirmar sus ilusiones íntimas. Es tal vez el caso del profesor Messen, para quien “la oleada no sólo no es incompatible con la hipótesis extraterrestre, sino que la refuerza”. Otro asesor de la Sobeps, el doctor León Brenig, comparte con Messen su repudio a la idea de los furtivos. Pero no se pronuncia frente a la opción alienígena. Avanza, eso sí, que los fenómenos observados “son máquinas materiales producidas por una tecnología”.
¿Pero qué tipo de tecnología? “Sólo creo saber lo que no son —dice Brening, matizando la seriedad de su respuesta—. La estabilidad de las imágenes percibidas por los testigos, los ruidos que se escucharon y los rayos luminosos descritos, no pueden ser provocados ni por fenómenos meteorológicos ni por hologramas. . . y el modo de propulsión de estas máquinas es radicalmente diferente al de nuestros aviones.” Para Brening, jefe de la cátedra de Física Teórica de la Universidad Libre de Bruselas, muchos casos podrían ser explicados como objetos más livianos que el aire (algún tipo de dirigible, por ejemplo). Sin embargo, reconoce que las impresionantes aceleraciones verticales y horizontales —ostensibles durante la noche en que los F-16 salieron de caza platillista— reducen las chances de plantear hipótesis en términos convencionales.
Messen, en cambio, es lapidario. Para él, los invasores que oscurecen el cielo belga
“sobrevolaron las ciudades a baja altitud sin provocar ninguna perturbación notable y han demostrado tener inteligencia y una intencionalidad común”. ¿Pero qué pretende el supuesto cerebro de esta supertecnología, que no hace otra cosa que dilapidar energía dando vueltas sin ton ni son? Nadie sabe qué responder. Inspirado en las performances de estas máquinas, junto con Jean-Pierre Petit, uno de los directores de investigación de la Comisión Nacional de Estudios Espaciales (CNRS) de

¿VIAJEROS DE OTRA REALIDAD?
Francia, se encuentra desarrollando una teoría de propulsión conocida como modelo magnetohidrodinámico (MHD), que presume la presencia de una fuerte corriente eléctrica circulando en el interior de estos vehículos. Esa corriente crearía un campo magnético alrededor, formando una capa ionizada dentro de la cual el Ovni podría desplazarse como si navegara dentro de una burbua. “Los faros de los Ovnis belgas —especula Messen— podrían estar emitendo radiaciones que ionizan el aire. En ese proceso no sólo habría emisión de luz visible, sino de luz ultravioleta e infrarrojos.” Dice tener de su lado a las fotografías de triángulos luminosos que, siendo observados en el momento de la toma, luego no fueron registrados en la película. “El infrarrojo —concluye— podría ser la causa de la desaparición
Lo que sí está fuera de discuSión es la forma visible: el gran triángulo negro con sus tres focos arrojando una lumbre lechosa sobre la mirada perpleja de los testigos. La lentitud de sus desplazamientos (que, de pronto, puede transforrnarse en un ascenso súbito), y la ausencia de sonido, suman elementos a esa versión misteriosa.

Desde los mismos inicios de la oleada, Conozca Más mantiene un estrecho intercambio con las personalidades más comprometidas en la investigación. Días atrás, Michel Bougard, presidente de la Sobeps, rechazó los argumentos de Science & Vie:
“Imaginar que hemos sido sobrevolados durante más de dos años por este tipo de aparatos es pura fantasía. Es una hipótesis mucho más increíble que admitir la eventual visita de extraterrestres. Esos programas son muy costosos y la existencia de esos aviones todavía no está pro bada. No hay ninguna razón que permita imaginar que estén siendo experimentadas en Europa”. Es inevitable que sean los ufólogos
Cuando Steven Spielberg escribia el papel del doctor Lacombe para su película Encuentros cercanos del tercer tipo, el ciieasta pensaba en el astrofísico Jacques Vallée (53 años), un ufólogo francés radicado en Silicon Valley (Estados Unidos), que con sus controvertidas hipótesis sobre el origen del fenómeno Ovni ha levantado, más que ventiscas, correntadas entre los ovniólogos. En 1961 gano el premio Julio Verne por su primera novela de ciencia ficción (Le Sub-Espace). Fascinado por la naturaleza de los Misteriosos Objetos Celestes (M.O.C, como los franceses llamaban a los Ovnis) escribió tres textos que los especialistas consideran fundamentales:
Anatomía de un fenómeno (1965), Fenómenos insólitos del espacio (1966) y Pasaporte a Magonia (1969). Del rigor cientí‘ico de un experto en informática, que era en sus primeros Iibros, en fechas recientes pasa a defender planteos más bien antropológicos. Pero Vallée, ante todo, siempre se distinguió por proponer polémicos ángulos de reflexión. Ahora vuelve a la carga con otros dos libros, Dimensions (1987) y Con frontations (1990). En ambos considera a los Ovni como “un fenómeno único, global, que actúa como una realidad transformadora “. Este científico heterodoxo, que en otros tiempos prefería abrir un signo de interrogante antes de atribuirle una procedencia “exótica” a los informes sobre Ovni, ahora sorprende a sus seguidores con planteos categóricos: “Cuando aquello que ¡lamamos Ovni se hace visíble en la realidad de nuestra vida cotidiana, creo que constituye tanto una realidad física con masa, inercia, volumen y energía, como una ventana hacia otra realidad. En esta otra alternativa —prosigue— el testigo describe manifestaciones psíquicas, reminiscencias de nuestros propios sueños pero que al igual que ellos también moldean nuestras vidas en una forma que no entendemos del todo. Sí la realidad no está ya supeditada a las tres Dimensiones y al Tiempo, los Visitantes podrían proceder de cualquier parte y de cualquier tiempo.”
quienes asuman la defensa del misterio. Por lo mismo, cabría esperar de ellos cierto grado de triunfalismo. Bougard, sin embargo, no se engolosina y evita aventurar juicios apresurados. Opina que los datos que hasta ahora fueron recogidos son insuficientes e incompletos: “Lo único que sabemos es que Bélgica fue sobrevolada por una o varias máquinas con una performance original, incompatible con la tecnología terrestre conocida. . . El comportamiento de estos objetos parece obedecer a un proyecto tan inteligente como desconocido”. A la hora de las corazonadas, se define:
“Afectivamente creería que se trata de extraterrestres. Mi natural escepticismo, sin embargo, me impide adoptar esta alternativa con convicción”. Otro especialista, Renhaud Marhic, redactor de la revista Phénoména y miembro de la asociación franco suiza SOS-OVNI, declara que su grupo no ha tomado posición en cuanto al origen de los famosos triángulos volantes. Pero se pronuncia decidido en cuanto a lo que no son. “En general —recuerda— la comparación de los F-117A con los Ovnis belgas fue establecida a partir de los tres faros blancos dispuestos en triángulo.” Acto seguido, Marhic revela un dato técnico que pocos advirtieron: “Esas luces, sin embargo, permanecen fijas al tren de aterrizaje del aparato y sólo se usan durante el despegue o el aterrizaje. En vuelo se introducen en el interior delfuselaje. ¿Quién podría verlas?”
Durante los primeros meses de 1991 los avistamientos se hicieron cada vez más esporádicos. Pero el 12 de marzo, el Triángulo Enmascarado volvió a la carga. Centenares de testimonios tuvieron lugar en las provincias de Lieja y Hainaut. Bélgica acumula testigos de un incesante desfile aéreo que no se llega a explicar. Pero. . . ¿hasta cuándo? La verdad, entre tanto, sigue sin dueño.

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