domingo, 30 de enero de 2011

Enigma olvidado: Los hombres pez

Revista Codigo X. Año 1 nro 2, nota de Redacción


Algo relativamente olvidado para los amantes de los misterios y que sin embargo fue tema de amplio debate en tiempos lejanos, es la leyenda del hombre pez ¿leyenda? Porque esa es la cuestión ¿se trata de una leyenda?

De entre los sucesos enigmáticos de la historia pocos están tan ampliamente documentados y recogidos en crónicas serias de la época como las apariciones de unos llamados hombres-pez. Y si hacemos caso a las crónicas antiguas para escribir la Historia ¿porqué pasamos éstas como pura fantasía?

Dentro del capitulo de las leyendas relativas a seres acuáticos, y aparte de los míticos tritones, nereidas y sirenas, se inscriben las de los hombres-pez u hombres marinos.
Se trata casi siempre de una historia semejante, de seres, en principio, totalmente humanos, pero que un buen día sintieron la llamada de las aguas y se lanzaron a vivir en el océano. Hay noticias diversas y muy antiguas sobre estos seres legendarios. Plinio ya da conocimiento de dos de ellos, uno visto precisamente en las aguas atlánticas de la bahía de Cádiz. Eliano, Pausanías, Belonio Nauclero, Lilio Giraldo y Alejandro de Alejandro son algunos otros de los cronistas que reseñan apariciones de estos fantásticos hombres-pez. Pedro Mexía, en su “Silva de Varia Lección”, Juan de Mandevilla en el “Libro de las maravillas del mundo”, aparecido por primera vez en Valencia en 1515, y Antonio de Torquemada en su “Jardín de flores curiosas”, publicado en Salamanca en el año 1570, son los españoles anteriores al siglo XVIII que se hacen eco de las curiosas noticias de estos extraños personajes acuáticos.

Pero el relato que presenta mayor número de
detalles y que resulta de un singular interés por el carácter racionalista y desmitificador de quien escribe sobre él, es el del hombrepez de Liérganes, que aparece reseñado por primera vez en el volumen VI del Teatro Crítico Universal (1726-1740) de fray Benito Jerónimo Feijoo. La historia, tal y como la cuenta el ilustrado fraile -documentada a su vez en testimonios y tradiciones que en su tiempo eran “de actualidad”-, es más o menos como sigue.

Ea el lugar de Liérganes, cercano a la villa de Santander, actual comunidad autónoma de Cantabria, vivía en la segunda mitad del siglo XVII el matrimonio formado por Francisco de la Vega y María de Casar, que tenían cuatro hijos. La mujer. al enviudar, mandó al segundo de ellos, Francisco. a Bilbao. para que aprendiese el oficio de carpintero. Allí
vivía el joven Francisco cuando, la víspera del día de San Juan del año 1674, se fue a nadar con unos amigos al río. El joven se desnudó, entró en el agua y se fue nadando río abajo, hasta perderse de vista. Según parece, el muchacho era un excelente nadador y sus compañeros no temieron por él hasta pasadas unas horas. Entonces, al ver que no regresaba, le dieron por ahogado. Cinco años más tarde, en 1679, mientras unos pescadores faenaban en la bahía de Cádiz, se les apareció un ser acuático extraño, con apariencia humana. Cuando se acercaron a él para ver de qué se trataba, desapareció. La insólita aparición se repitió por varios días, hasta que finalmente pudieron atraparlo, cebándolo con pedazos de pan y cercándolo con las redes. Cuando lo subieron a cubierta comprobaron con asombro que el extraño ser era un hombre joven, corpulento, de tez pálí
da y cabello rojizo y ralo; las únicas particularidades eran una cinta de escamas que descendía de la garganta hasta el estómago, otra que cubría todo el espinazo, y unas uñas gastadas. como corroídas por el salitre.

Los pescadores llevaron al extraño sujeto al convento de San Francisco donde, después de conjurar a los espíritus malignos que pudiera contener -costumbre habitual para aquel entonces no solamente para casos como este, sino para el que presentara cualquier anomalía menor-, le interrogaron en varios idiomas sin obtener de él respuesta alguna. Al cabo de unos días, los esfuerzos de los frailes en hacerlo hablar se vieron recompensados con una palabra: -Liérganes.

El suceso corrió de boca en boca, y nadie encontraba explicación alguna al vocablo hasta que un mozo montañés, que trabajaba en Cádiz, comentó que por sus tierras había un lugar que se llamaba así. Don Domingo de la Cantolla, secretario de la Inquisición, confirmó la existencia de Liérganes como un lugar cercano a Santander, perteneciente al arzobispado de Burgos, y del cual él era oriundo. De inmediato mandó noticia del hallazgo efectuado en Cádiz a sus parientes, solicitando que informaran de si allí había ocurrido algún suceso que pudiese tener conexión con el extraño sujeto que tenían en el convento. De Liérganes respondieron que de allí solamente faltaba en los últimos tiempos un tal Francisco de la Vega, hijo de la viuda María de Casar, mientras nadaba en el río de Bilbao; pero que esto había ocurrido cinco años atrás.

Esta respuesta excitó la curiosidad de Juan Rosendo, fraile del convento, quien, deseoso de comprobar si el joven sacado de la mar y Francisco de la Vega eran la misma persona, se encaminó con él hacia Liérganes. Cuando llegaron al monte que llaman de la Dehesa, a un cuarto de legua del pueblo, el religioso mandó al joven a que se adelantara hasta allí. Así lo hizo su silencioso acompañante, que se dirigió directamente hacia Liérganes, sin errar una sola vez al camino; ya en el caserío, se encaminó sin dudar hacia la casa de María de Casar. Ésta, en cuanto le vio, le reconoció como su hijo Francisco, al igual que dos de sus hermanos que se hallaban en casa.

El joven Francisco se quedó en casa de su madre, donde vivía tranquilo, sin mostrar el menor interés por nada ni por nadie. Siempre iba descalzo, y si no le daban ropa no se vestía y andaba desnudo con absoluta indiferencia. No hablaba; sólo de vez en cuando
pronunciaba las palabras “tabaco”, “pan” y “vino”, pero sin relación directa con el deseo de fumar o comer. Cuando comía lo hacia con avidez, para luego pasarse cuatro o cinco días sin probar bocado. Era dócil y servicial; si se le mandaba algún recado lo cumplía con puntualidad, pero jamás mostraba entusiasmo por nada. Por todo ello se le creía loco hasta que un día, casi diez años después, vieron unos vecinos como Francisco, ya un hombre de mediana edad, se adentraba en el mar y allí desapareció de nuevo, sin que se supiera nunca nada más de él.

Hasta ahí el relato resumido, tal y como lo expone el padre Feijoo. En su obra, el fraile abunda en detalles y da los nombres de quienes le impulsaron a reseñar este suceso, ante el cual, en un principio, se mostró escéptico, y al que sólo dio crédito tras recabar información de personajes que merecían su confianza, como el marqués de Valbuena, de Santander, don Gaspar Melchor de la Riba Agüero, caballero de la orden de Santiago y natural de Gajano, pueblo cercano a Liérganes, y don Dionisio Rubalcava de Solares, que conoció y trató a Francisco de la Vega. Hay otros hombres, que por sus cargos y edad parecen ser de toda fiabilidad, que registraron el suceso con las declaraciones de testigos incluidos.

La existencia de los hombres marinos la explica Feijoo a base de la adaptación al medio. Razona que sí a una natural inclinación hacia el mar y una especial predisposición para la natación, se añade la práctica continuada, tanto del ejercicio natatorio como de la retención de la respiración, se podría llegar a resultados sorprendentes, como los que lograron estos singulares sujetos. Aceptada la posibilidad de existencia de estos individuos, cabe la posibilidad de que hombres y mujeres con estas habilidades tuviesen, por causas diversas, que buscar refugio en la solitaria vida marina. A partir de aquí, la existencia de una raza de hombres marinos, herederos de las facultades de unos padres adaptados al medio acuático, es del todo admisible.

Ya en nuestro siglo, el doctor Gregorio Marañón volvió a interesarse por la leyenda del hombre pez de Liérganes, y en su libro “Las ideas biológicas del padre Feijoo” dedica un capítulo entero a la leyenda y a los argumentos presuntamente científicos que utilizó el ilustrado para justificar la existencia de los hombres marinos.

A partir de toda la serie de datos recogidos,
Marañón formula la hipótesis de que Francisco de la Vega padeciese cretinismo, enfermedad caracterizada por una detención del desarrollo fisico y mental y acompañada de deformaciones. Esta es la causa de que un buen día el joven Francisco, ‘idiota y casi mudo’, abandonase su lugar habitual de residencia y vagase por tierra o quizá por mar, “pero no nadando”, hasta que se le localizó de nuevo en Cádiz. La coincidencia de que desapareciese bañándose y que se le localizase de nuevo en el mar, junto con la incapacidad del muchacho para dar cualquier explicación, tejió la leyenda de los cincos años de vida marina.

La mudez, la tez blanca, el pelo rojizo, la piel escamosa -debido probablemente a la ictiosis-, la glotonería y el hecho de comerse las uñas, datos todos que aparecen en el relato del padre Feijoo, interpretados desde un punto de vista clínico, no son sino síntomas de cretinismo, enfermedad endémica propia de regiones montañosas, y entonces frecuente en la montaña santanderina.

La habilidad de Francisco de la Vega en la natación y su resistencia en las inmersiones. las explica Marañón a través de la insuficiencia tiroidea, con frecuencia ligada a las personas que padecen ictiosis. Se ha podido comprobar experimentalmente que, cuanto menor es la cantidad de tiroxina segregada, tanto menor es la necesidad de oxígeno, y por tanto mayor el tiempo de resistencia del organismo a situaciones en que falta este elemento.

De todos modos, después de leer la historia de Feijoo y la explicación del doctor
Marañón, se nos plantea una duda: Francisco de la Vega, ¿era realmente un cretino? Lo cierto es que no se dice nada de eso antes de la desaparición del muchacho en el río de Bilbao, y tan sólo se alude a su silencio y locura después de su reaparición en Cádiz. Aunque la interpretación del suceso que ofrece Marañón es ingeniosa y parece dar una respuesta lógica (dentro de la lógica científico- experimental típica del siglo XX) al fenómeno del hombre-pez, nuestro doctor, muy prudentemente -como corresponde a todo buen espíritu científico- se muestra abierto a valorar cualquier otra posible explicación que se pueda dar a tenor de nuevos datos. No se atreve a hablar, aunque lo insinúa, de una remota posibilidad de mutación genética; ciencia entonces no tan avanzada como ahora mismo.


Otra posible explicación es inversa a la de la mutación.

Según esta última teoría los mutantes seríamos nosotros, la especie humana que evolucionó desde seres acuáticos -veamos las narraciones de todas las culturas del mundo sobre que nuestros antepasados eran similares a peces- y este -y otros- hombres pez no eran sino especímenes de nuestro género que recibieron y desarrollaron genes de esas épocas remotas, en una transmisión genética que hoy sabemos es posible.

¿Es esta última la más razonable explicación? Si fuera así se abriría un nuevo campo a la comprensión de muchos fenómenos misteriosos.

Redacción.-

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