viernes, 18 de febrero de 2011

Casos de extraterrestres que se hacen pasar por humanos

Revista Año Cero. Febrero 1997, por Bruno Cardeñosa


Antrimo, pequeño pueblo orensano cercano a la frontera con Portugal. Noviembre de 1995. Una pareja de novios disfruta del atardecer en un paraje conocido como La lila, cuando un objeto esférico luminoso se sitúa sobre ellos. El OVNI emite un potente fogonazo seguido de un intenso resplandor y, como por arte de magia, se convierte en un avión comercial. Este avistamiento es uno los más desconcertantes sucesos acaecidos desde que comenzara la oleada OVNI que, desde hace ahora un año, azota el noroeste de la Península Ibérica (AÑO/CERO, 69 y 70). Manuel Carballal, ufólogo que ha investigado a fondo la «oleada gallega», manifiesta su gran desconcierto ante este caso: «Racionalmente —explica—, habría que pensar que confundieron el OVNI con un avión, pero esto está descartado. Es imposible. Me cuesta mucho explicarlo, ya que se trata de un caso que entra de lleno en la llamada transufología y va más allá de lo que entendemos como un avistamiento convencional».


La historia de la ufología recoge numerosos casos similares. Es cierto. Los No Identificados son capaces de aparecer y desaparecer instantáneamente, como si dieran un salto a «otra dimensión». Pueden camuflarse bajo la apariencia de nubes, aparecer en fotografías aunque no estaban allí cuando se disparó la cámara, adquirir diversas formas o, incluso, convertirse en aviones, coches o motocicletas. Así es, por increíble que parezca.
Se cuentan por miles los testigos que en todo el mundo aseguran haber contemplado fantásticas mutaciones ufológicas. El prestigioso científico Richard Haines ha realizado un interesante estudio sobre multitud de casos y ha sacado la conclusión de que muchos OVNIs son capaces de cambiar de forma a su antojo, lo que hace pensar que la inteligencia que opera tras este fenómeno sobrepasa todo lo que conocemos. Y lo que es más, si los OVNIs pueden presentar un aspecto convencional a su antojo... ¿permite la tecnología que emplean adoptar a sus supuestos tripulantes una apariencia idéntica a la de un ser humano?
30 de septiembre de 1989. Ramón VI., 32 años, y Antonio R.S., 21, se dirigen juntos en un coche hacia un paraje serrano en el que están citados con otros radioaficionados. A medianoche entran en la localidad de La Almolda (Huesca) y cinco puntos de luz en forma de pentágono captan su atención en el cielo. Casi al amanecer llegan al lugar de encuentro con sus compañeros. Sus relojes marcan las dos de la madrugada y no recuerdan nada de lo ocurrido desde que avistaron el OVNI. Sólo saben, pero no cómo, que han llegado a su destino.
En 1994, con la ayuda del experto Jesús Jaime, sometimos al más joven de los dos sujetos a una amplia serie de regresiones hipnóticas con el objetivo de intentar desvelar qué les ocurrió a ambos durante aquel «tiempo perdido». Los resultados fueron estremecedores.
Una de las cinco luces descendió sobre un bosque cercano al pueblo; y hasta allí decidieron acercarse ambos testigos para observar el fenómeno. Una fuerza inexplicable atrajo el vehículo hasta la luz y fue absorbido por la misma. Varios seres de pequeña estatura invitaron a los dos a salir del coche hacia una estancia luminosa, e incluso ayudaron a Antonio a desplazarse en la silla de ruedas en la que está postrado desde que nació. Y los separaron.
Durante la regresión, nuestro testigo recordó que allí vio claramente cómo otros dos seres —éstos de gran altura— se llevaron a Ramón y recuerda cómo fue llevado por diversas estancias de lo que parecía ser una nave. También relató, aterrorizado, que vio a un individuo que parecía estar manejando un control de mandos vestido con una indumentaria nada anormal: pantalón vaquero azul oscuro y camisa roja a cuadros. Su rostro era humano, con barba de varios días y una visera deportiva con las letras «Ni». Antonio asegura que aquel «tripulante» habría pasado perfectamente desapercibido caminando por cualquier ciudad.
Y un último dato que podría avalar la veracidad de este caso. Aquélla misma noche varios cazas del Ejército del Aire español despegaron de la Base de Zaragoza en misión de interceptación, al tiempo que se producían numerosos avistamientos OVNI en toda la Península Ibérica...
Justo un día antes de que Ramón y Antonio fueran «manipulados», el 29 de septiembre, se había producido uno de los casos clásicos de la ufología española. Ocurrió en la playa de Los Bateles de Conil (Cádiz), y vino a corroborar las sospechas de varios investigadores del fenómeno OVNI que, basándose en varias extrañas historias creen que los «extraterrestres» podrían estar infiltrados entre nosotros.
El 8 de octubre de 1996 me desplacé hasta la capital gaditana y mantuve una entrevista con Jesús Borrego —ufólogo andaluz y testigo de los acontecimientos de Conil— que me dejó fuertemente impactado... Todo ocurrió hace 7 años. Como cada temporada cuando acaba el verano, los turistas comenzaban a abandonar ya la bella población de Conil de la Frontera, en la Costa de la Luz. Al abrigo de las últimas luces de aquella tarde de septiembre Isabel y Pedro Sánchez, Loli Bermúdez y Pedro González (de entre 1 7 y 23 años) paseaban por la playa de Los Bateles cuando observaron una especie de «luna de color entre rojizo y anaranjado» sobre el mar
que, media hora después, se perdería en dirección al océano. La luz, que vista con unos prismáticos mostraba en el centro cuatro focos luminosos que formaban un cuadrado, siguió apareciendo en el mismo lugar y a la misma hora durante los siguientes quince días.
Pero la noche del 29 de septiembre, los cuatro jóvenes y otro testigo más, Lázaro, asistieron a lo inaudito. Un OVNI se situó sobre la playa. Según relatan los testigos, presentaba forma de media luna llena con focos rojos en el centro y lanzaba series de tres fogonazos que eran contestados con otros dos por otro OVNI que aparecía todos los días en el mismo sitio, sobre el mar. Y así, de forma continua. El portavoz del grupo de testigos, Juan Bermúdez, explicó a AÑO/CERO que durante aquellos días se comprobó que no había ninguna embarcación en la zona.
Pero ahí no acaba todo. A las nueve de la noche pudieron distinguir a dos seres, enfundados en sendas túnicas blancas, que se deslizaban suavemente hacia la arena sobre las olas. Sus cabezas, esféricas, no presentaban rasgo alguno, ni cabello; eran simplemente blancas. Llegaron a la playa y, en cuestión de tres o cuatro segundos, parece que cavaron una zanja en la arena. «Nosotros nos retiramos a unos 30 metros del lugar —cuentan los jóvenes—, y desde allí lo vimos todo... Se sentaron de espaldas hasta que apareció una especie de estrella fugaz que se colocó sobre la vertical de estos seres y... desapareció. Luego, se pasaron de una mano a otra varias veces una especie de esfera luminosa azul; y se tumbaron». Durante unos instantes, los chicos dejaron de ver lo que ocurría tras el improvisado muro de arena que protegía a los inesperados «visitantes» y, de repente, surgieron de la arena dos personas, completamente humanas. Seqún los testigos, se habían transformado en una pareja de personas normales, pero de unos dos metros de altura; ella llevaba una falda larga y una blusa blanca; él, pantalón oscuro y camisa clara. Ambos iban descalzos y avanzaron por un callejón hacia el interior del pueblo, donde se confundieron con los turistas.
No pudieron seguir sus pasos, ya que otra sorpresa les aguardaba en la playa. Sobre la zona del agua en donde aparecieron estos seres, se hizo visible una especie de nube que se acercaba a la playa. Se paró en la orilla y los jóvenes observaron, atónitos, cómo se transmutaba en un ser inmenso —«quizás de más de tres metros de altura»—, completamente «ataviado» con un mono negro.
Comenzó a deslizarse sobre la arena, como flotando a unos 20 centímetros del suelo y los cinco jóvenes decidieron seguirle. En un momento dado y antes de desaparecer en la lejanía, giró la cabeza (que tenía forma de pera invertida): «Lo que más nos llamó la atención fueron sus ojos grandes, como huevos blancos». Como recuerdo de su paso dejó unas enormes huellas, de unos 45 centímetros de largo por 15 de ancho. «Seguían una línea que salía del “muro” de arena; luego efectuaban giros y continuaban rumbo al pueblo. Me llamó la atención que las marcas tuviesen cuatro dedos. El pulgar era enorme y delante había tres arañazos, como si deslizara la punta de los pies», nos explicó Juan Bermúdez en el mismo lugar de la aparición, donde nos confesó que él mismo —al menos en tres ocasiones y a primera hora de la mañana— había visto pasearse a este «gigante negro» días antes del primer encuentro:
«Me miraba cada vez de reojo, como sabiendo que yo le observaba»
El Diario de Cádiz publicó días después, el 16 de octubre, un reportaje en el que aseguraba que el supuesto OVNI observado por estos jóvenes era el buque británico Monarch y los «mutantes», simples buzos. Como veremos, esta información era incorrecta. El capitán Simkins, responsable del navío, confirmó a! conocido investigador Juan José Benítez que el día de los hechos el Monarch que no utilizaba buzos en sus trabajos— se encontraba faenando a 32 millas de la costa, muy lejos del límite de visibilidad que, en condiciones favorables, se sitúa en torno a las diez millas.
Además, durante los días anteriores y posteriores a los hechos relatados, los radares militares del sur de España sufrieron una inexplicable avería que convirtió la zona del Estrecho de Gibraltar en un «blanco perfecto». Y, por si fuera poco, un día antes de la metedura de pata del diario gaditano que puso en duda la credibilidad de los testigos, los humanoides volvieron a la playa!
Pedro González y Loli Bermúdez —testigos en el primer avistamiento— y Juan Bermúdez e Isabel Muñoz—que se habían unido al grupo de observadores—, se encontraban en compañía de Jesús Borrego. Este investigador OVNI y policía municipal, que además es un experto en astronomía y arqueología submarina, se había desplazado a Conil para entrevistar a los testigos y asegura que no escuchó ninguna contradicción entre sus relatos. «Había estado examinando el lugar de los hechos —cuenta Borrego— y, a eso de las diez de la noche, cuando nos encontrábamos en la playa, junto al Paseo Marítimo, se acercó a nosotros una pareja. El iba dos pasos por delante de ella y pasaron a nuestro lado. Jamás olvidaré sus rostros». El hombre, que miró al ufólogo con «cara de pocos amigos» y tenía una frente muy prominente, mediría 2,10 metros, tenía pelo largo y rubio y vestía ropa vaquera desgastada y ceñida. Ella, «guapísima, de rasgos orientales y aspecto nórdico», vestía casi igual y «también era muy alta, como de 1,90».
Los jóvenes confirmaron de inmediato al investigador que eran las dos «personas» que vieron salir del hoyo en la playa. Y siguieron observando con atención... «Caminaron en dirección a la playa y al llegar al mar, desaparecieron. Cuando llegamos allí, se habían esfumado! Pudimos ver las huellas que dejaron en su camino hacia el agua. Eran enormes, de unos 50 centímetros de longitud, y muy profundas, tanto que para hacerlas, una persona debería pesar más de cien kilos», explicó Borrego, quien durante el examen posterior detectó algo aún más desconcertante. Pocos metros antes de la orilla las huellas hacían una especie de giro, «como si hubieran estado dando vueltas» y, misteriosamente, camino del agua sólo se apreciaban las huellas de un ser. Las pistas eran rotundas: «ese individuo se adentró en el mar y luego se esfumó en la nada».
«Comprobé que no había más huellas en cien metros a la redonda —recuerda Borrego—. Durante el examen visual observamos a lo lejos, junto a la
Torre del Castilobo, a unos cuatro kilómetros, un punto esférico negro sobre la arena, que se acercó hasta situarse a unos 150 metros de nosotros y, poco a poco, se convirtió en una chica!» Una chica que había recorrido cuatro kilómetros en menos de 45 segundos.
«Siguió andando lentamente, nos rebasó y fue al encuentro de un individuo. Se perdieron a lo lejos... Eran los mismos seres que habíamos visto antes», asegura el ufólogo.
Pero la odisea que vivió este grupo de personas no había, ni mucho menos, concluido. Porque a medianoche, cuando de nuevo se encontraban todos los testigos reunidos en el Paseo Marítimo, la pareja volvió a pasar por delante de ellos con sus ropas vaqueras perfectamente secas, se adentraron en el pueblo y, una vez más, se confundieron entre la gente del pueblo...
El periodista Juan José Benítez pudo comprobar que una pareja con esas características estuvo alojada en una pequeña pensión de Conil durante los días en que se produjeron estos extraños acontecimientos. Utilizaron identidades falsas, correspondientes a dos alemanes que, durante aquellas fechas —según comprobó Benítez—, no habían abandonado su país.
¿Qué misión cumplieron en Cádiz estos dos seres de apariencia humana? ¿Cuál era su procedencia? ¿Qué tipo de tecnología o habilidad les permite transmutarse a voluntad?
Pero aún nos quedaba una nueva parada en nuestra investigación. En Zahara de los Atunes me esperaba un individuo (cuyo nombre omitimos por razones de seguridad) que semanas atrás había dado a conocer un caso similar a otros narrados por investigadores como Salvador Freixedo o Luis Jiménez Marhuenda. Según su investigación, un afamado empresario andaluz, Paco NF., vivió a mediados de los ochenta en la citada localidad una experiencia que no olvidará mientras viva.
En Zahara de los Atunes fue donde el empresario conoció a Ricky, una mujer de 32 años con pasaporte norteamericano que había convivido en España con un extraño personaje. Cuando éste abandonó la localidad gaditana Paco inició una intensa relación sentimental con la chica, hasta que un buen día ella le confesó algo aparentemente increíble. Según sus propias palabras, Ricky era de otro mundo, de un lejano planeta de la constelación de Orión y había adoptado el cuerpo de una mexicana fallecida en accidente para cumplir una misión de vital importancia que tenía encomendada. Nada parecía verificar esa absurda historia, a no ser lo extraño de su comportamiento y de su alimentación. Siempre tomaba notas y llevaba un exhaustivo control de todo. Comía sólo lácteos y tomaba unas misteriosas pastillas.
La historia tuvo un final precipitado en 1981. Viajaban en coche cerca de Barbate cuando una intensa luz se colocó sobre ellos en el cielo, iluminándolo todo a su alrededor, incluso el interior del vehículo. «Son ellos, es una de nuestras astronaves —le dijo Ricky a Paco—. Vienen a por mí». Decidieron irse a dormir aunque los nervios les atenazaban y la tensión era constante, para ambos.
Cuando Paco despertó al día siguiente la joven ya no estaba a su lado. En plena noche, con un sigilo imposible, Ricky había recogido todas sus pertenencias del chalet de Zahara de los Atunes y se había marchado, desapareciendo para siempre. Nadie hasta ahora ha sabido darle pistas de dónde se encuentra. ¿Quién era aquella misteriosa mujer que aseguraba ser extraterrestre?

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